DE LA JUVENTUD Y EL JUVENEO
Susana Ángeles
Ser joven y participar en
política es todo un reto porque hay quienes aún no asimilan que, como parte de
la transformación política que estamos viviendo, ha llegado el momento de
relevar a la clase política del pasado con nuevos mecanismos y valores para el
ejercicio del servicio público. Esta falta de entendimiento se vuelve más
extensiva en estados como Hidalgo, donde todavía prevalecen los cacicazgos y la
influencia de los liderazgos de largas trayectorias políticas: aquí, ser
representante popular menor de treinta años llama la atención por su
excepcionalidad y genera comentarios que, con frecuencia, denotan menosprecio
por este grupo etario.
Una vez, tras la elección
del primero de julio del año pasado, un amigo investigador me entrevistó para
recolectar información acerca de la violencia política de género a lo largo del
proceso. Sorpresivamente (a pesar de que en la región a la que represento son
problemas vigentes el machismo y la violencia doméstica), no me reconocí
violentada o discriminada por el hecho de ser mujer. En cambio, descubrí por
primera vez que me había sentido maltratada en diversas ocasiones por razón de
mi edad. Tristemente, he encontrado que no soy la única que ha padecido en ese
sentido, sino que muchos hombres y mujeres de grandes talentos en lo político nos
hemos visto con frecuencia en la necesidad de explicar que “aunque sea joven,
tengo estudios y experiencia”.
En la actualidad, a raíz
de un debate televisivo entre Gibrán Ramírez, doctorante de la UNAM y Denise
Dresser, politóloga consolidada, el término “juvenear” vino a
visibilizar esta sutil pero real y penosa forma de discriminación en la que los
jóvenes somos de antemano menospreciados o de plano, ninguneados, simplemente
por nuestra edad. Más recientemente, Guillermo Rafael Santiago Rodríguez,
director general del Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve), afirmó que “en
este país se tiende mucho a juvenear a otras personas”. Tales
acontecimientos me llevaron a recordar que hace algunas semanas, en el
ejercicio de mi encargo, un funcionario de alto nivel me espetó con desdén e
incredulidad: “eres demasiado joven para estar ahí donde estás”.
Estimo aventuradamente
que la edad promedio de los integrantes de quienes integramos esta LXIV
legislatura es de cuarenta años de edad, con un rango entre veintinueve y
sesenta y tres, aproximadamente. En esta legislatura soy la integrante más
joven, pero cuento con estudios de posgrado, experiencia laboral de tres años y
más de diez participando en la esfera pública. Comparativamente, aunque en un
gráfico de edad ocupase la posición más baja, dicha posición incrementaría
notablemente en materia de formación académica y experiencia profesional. En
otras palabras: la correlación entre edad y la preparación para ejercer alguna
ocupación o cargo, puede ser engañosa.
Ojalá que muy pronto el
cambio de régimen que estamos viviendo a nivel nacional desemboque en la
renovación generacional de la clase política estatal y que ésta sea tan
ineludible que, en unos años más, deje de ser extraño o excepcional que haya
jóvenes participando de manera efectiva en la toma de decisiones públicas. Actualmente,
deduzco que “el juveneo” estatal tiene su origen en las resistencias a
la ruptura con las inercias del pasado, a la adopción de nuevos mecanismos para
hacer política más allá del clientelismo, a la innovación en los canales de
diálogo y comunicación. En resumen, el juveneo proviene de las
resistencias contra la construcción de un modelo político donde sí es posible
integrarse a partir de procedimientos democráticos y, a partir de ello,
dignificar el quehacer público con la adopción de valores y una nueva ética
pública.
Apunte millenial: el
pasado lunes 12 de agosto se conmemoró el Día Internacional de la Juventud,
propuesto por la Organización de las Naciones Unidas para reconocer a los
jóvenes que se esfuerzan por llevar educación a otros. Aquí el enlace con más
información: https://www.un.org/es/events/youthday/